Corría el año 1607 cuando el entonces Príncipe Imperial Yurram, más tarde conocido como el emperador musulmán Shah Jahan, conoció en un bazar de la ciudad india de Agra, capital del imperio mogol entre los siglos XVI y XVIII, a la princesa Arjumand Banu Begum, de sólo 15 años e hija del Primer Ministro de la Corte. Cuenta la leyenda que la joven estaba probándose un collar de diamantes por valor de 10.000 rupias y el príncipe, que no era precisamente pobre, pagó sin dudar la joya, conquistando de inmediato el corazón de la princesa.
A pesar de su condición de príncipe, no todos sus deseos eran tan sencillos de cumplir y las razones de estado le obligaron a olvidarse de Arjumand y tomar por esposa a alguien de su mismo rango, una princesa hija del rey de Persia. Pero el príncipe nunca pudo olvidarse de aquella joven que había conquistado su corazón y, dado que la ley musulmana le permitía tener varias esposas, cinco años después de ese primer encuentro y sin haberse visto ni una sola vez más, el príncipe pudo cumplir con su sueño y casarse con su amada.
La boda, fastuosa como no podía ser menos, no se celebró hasta el 20 de mayo de 1612 ya que, a pesar de los anhelos del príncipe, los astrólogos no se pusieron de acuerdo hasta ese momento sobre una fecha favorable que asegurase la felicidad del nuevo matrimonio. La ceremonia tuvo lugar en la ciudad de Agra, estado de Uttar Pradesh, a unos 200 kilómetros al sureste de Delhi y durante la misma, el emperador nombró a Arjumand, Mumtaz Mahal, ‘la elegida o la perla del palacio’ según las diferentes traducciones.
Aunque no se trataba de su primera esposa, de hecho fue la cuarta, sí fue la favorita y con ella tuvo 12 hijos antes de que el dolor hiciera su aparición en esta hermosa historia de amor. Tras varios años de dicha conyugal, el príncipe fue coronado en 1627 tomando el nombre de Shah Jahan, ‘Rey del mundo’ y fue conocido como un gobernante bondadoso, gran amante de su pueblo y de la paz. Pero la felicidad nunca dura eternamente y menos en las historias de amor que pasan a la posteridad y pronto la tragedia sacudiría violentamente sus vidas.
A pesar de sus numerosos embarazos, la emperatriz acompañaba frecuentemente a su marido en sus viajes alrededor del país. En 1631, tras 19 años de feliz matrimonio y durante una visita a la campaña de Burhanpur, donde se encontraban las tropas de Shah Jahan con el objetivo de sofocar una rebelión, Mumtaz Mahal falleció repentinamente al dar a luz al decimo cuarto hijo de la pareja, una niña llamada Gauhara Begum. Antes de morir, Mumtaz le pidió a su rey que cumpliera con las siguientes promesas: que construyera su tumba, que se casara otra vez, que fuera bueno con sus hijos y que visitara su tumba cada año en el aniversario de su muerte.
Los deseos cumplidos de Mumtaz Mahal
El emperador y amante esposo sintió un dolor tan intenso que deseó morir junto a su esposa. Su tristeza era tan profunda que se encerró en sus habitaciones ocho días con sus ocho noches, sin comer ni beber. A la salida, Jahan ordenó que se cumpliera el luto en todo el reino prohibiendo las vestimentas de colores, tocar música, usar perfumes y joyas y hasta llegó a prohibir la sonrisa entre los súbditos. Jahan se encerró en palacio sumido en su dolor y no reapareció hasta un año después muy envejecido y, para asombro de sus súbditos, su pelo y barba se habían vuelto blancos en tan sólo unos meses.
Aunque en un principio, el cuerpo de Mumtaz fue sepultado temporalmente en Burhanpur, en un jardín amurallado conocido como Zainabad originalmente construido por el tío de Shah Jahan, a orillas del río Tapti, el emperador nunca tuvo la intención de dejarla allí sepultada. En 1631, el cuerpo de Mumtaz fue exhumado y transportado en un bello sepulcro de oro, escoltado por su hijo Shah Shuja y la Princesa Imperial Jahanara Begum, hacia la ciudad de Agra donde se encontraba el Palacio Imperial.
Una vez allí, Mumtaz fue enterrada en un pequeño edificio a orillas del río Yamuna hasta que finalmente Jahan cumplió con la primera de las peticiones de su esposa, y, para su desgracia, la única que el emperador pudo cumplir. Jahan se propuso que Mumtaz tendría la tumba más hermosa que el mundo hubiera visto jamás, rindiéndole así un homenaje a su amada que perdurase por los siglos de los siglos y lo consiguió.
Con esa idea en la mente, el emperador mandó construir el complejo de edificios del Taj Mahal, que se traduce generalmente como “Palacio de la Corona” o “Corona del Palacio”, aunque los historiadores afirman que su designación no es más que una abreviación del nombre de Mumtaz Mahal. La ubicación elegida fuela curva que el río Yamuna que llega a Agra desde el norte para que sus aguas reflejaran los cambios de luz de los muros de mármol blanco del palacio cuya construcción se prolongó durante veintidós años, finalizando en 1653. Más de veinte mil obreros participaron en la construcción de este homenaje al amor según los planos de un consejo de arquitectos procedentes de India, Persia y Asia central, aunque parece que el auténtico inspirador fue el propio emperador. El maestro de obras fue el turco Listad Isa y, cuenta la leyenda que, cuando el edificio estuvo acabado, Jahan ordenó cortar su mano para impedir que pudiese repetir una obra semejante.
Para su construcción se emplearon los mejores materiales sin importar su lugar de procedencia. Todo era poco para su amada. Una de las leyendas que rodean esta hermosa historia es que fueron más de mil elefantes los que transportaron el mármol fino y blanco de sus paredes que se trajo de las canteras de Rajastán. Carretas tiradas por bueyes, búfalos y camellos llevaron hasta Agra el jade y cristal de la China, las turquesas del Tíbet, el lapislázuli de Afganistán, la crisolita de Egipto, las ágatas del Yemen, los zafiros de Ceylán, las amatistas de Persia, el coral de Arabia, la malaquita de Rusia, el cuarzo del Himalaya, los diamantes de Golconda y el ámbar del océano Indico para decorar las paredes y estancias del mausoleo.
Pero aunque el mausoleo es el edificio más emblemático, el Taj Mahal no se trata de una sola construcción, sino de todo un complejo de grandes dimensiones. Rodeando al recinto hay una alta muralla de arenisca roja con una monumental puerta de entrada en el sur por la que se accede a un inmenso patio de 300 metros de ancho, con un estanque de mármol en el centro que refleja los edificios, produciendo un efecto adicional de simetría. Cada sección del jardín está dividida por senderos en dieciséis canteros de flores, con un estanque central de mármol a medio camino entre la entrada y el mausoleo.
El mausoleo propiamente dicho se halla justamente al otro lado del patio, en el norte, y está emplazado en un jardín simétrico, típicamente musulmán, cruzado por un canal flanqueado por dos filas de cipreses donde se refleja su imagen más imponente, con una majestuosa cúpula que ha sobrevivido a las numerosas guerras a lo largo de la historia gracias a una gigantesco andamio que se le colocó como protección en previsión de un ataque aéreo de la Luftwaffe y, posteriormente, de la fuerza aérea japonesa y que se volvió a erigir durante las guerras entre India y Pakistán de 1965 y 1971.
Dentro del mausoleo se encuentra la cámara mortuoria rodeada de finas paredes de mármol incrustadas con piedras preciosas que filtran la luz natural. En ella se encuentran ambas tumbas, la de Mumraz representada por una pequeña tablilla que simboliza el papel en blanco sobre el que escribe su marido y la de Jaham, en la que se representa una pequeña caja de plumas para escribir. Como la tradición musulmana prohíbe la decoración elaborada de las tumbas, los cuerpos de Mumtaz y Jahan descansan realmente en una cámara relativamente simple debajo de esta sala según un eje norte-sur, con los rostros inclinados hacia la derecha en dirección a La Meca.
Este majestuoso homenaje tuvo, sin embargo, nefastas consecuencias para Shah Jahan quien, perdido en su afán por honrar y venerar al que fuera el amor de su vida, no reparó en costes y los cincuenta millones de rupias que finalmente gastó en su construcción, que según la valoración actual podrían suponer más de quinientos millones de dólares, le provocó caer en una ruina económica y consecuentemente en la pérdida de su trono a manos de su tercer hijo Aurangzeb en 1658. Éste, aunque le permitió seguir con vida, le confinó al encierro en el Fuerte Rojo, desde donde, enfermo y derrotado, contemplaba el Taj Mahal, su gran obra, monumento a su amada y refugio para el descanso eterno de ambos.
Su encierro, que se prolongó durante ocho largos años, le impidió completar su sueño, que incluía la construcción de su propio mausoleo en mármol negro a imagen y semejanza del de su esposa, al otro lado del río Yamuna, y que pretendía después unir ambos mediante un puente de oro. De hecho, a día de hoy, frente al Taj Mahal, queda un resto, en piedra roja, de lo que se dice que fue el inicio de la construcción del edificio gemelo, aunque eso forma también parte de la leyenda que siempre engalana cualquier historia.
Una historia de amor eterno
A su muerte, a la edad de 74 años y después de largos años de enfermedad, fue su propio hijo, Aurangzeb, el que desterró la idea de hacer realidad el sueño de su padre, encargándose además, de romper la simetría que regía en todo el complejo del Taj Mahal enterrando a su padre al lado de Mumtaz Mahal. En un principio la tumba de Mumtaz se encontraba en el centro exacto de la sala principal, por lo que al añadir la de Jahan todo el conjunto queda desplazado hacia un lado.
No se tiene muy claro si Aurangzeb lo hizo por amor, para que sus padres descansaran juntos para siempre o por la envidia que decían que sentía hacia el amor que Jahan le profesó a su mujer durante toda la vida, pero lo cierto es que esa ruptura de la simetría le hubiera entristecido profundamente a su padre que, si hubiera querido descansar en el mismo lugar que su esposa, hubiera diseñado la sala de modo que ambas tumbas se construyeran en el centro de la misma.
Lo cierto es que, aunque Jahan tuvo otras tres esposas, siempre le guardó fidelidad a Mumtaz y se dice incluso que, ya en su lecho de muerte pidió un espejo para poder ver la tumba de su amada mientras le quedara un segundo de vida. Otras leyendas aseguran, en cambio, que lo hizo a través de un diamante incrustado estratégicamente en un punto determinado de la habitación y que al morir miraba embelesado el lugar de descanso de su amada. Lo que sí es real es que Jahan consagró su vida a la construcción de ese monumento y, sean verdaderas o no todas las leyendas que rodean la historia del Taj Mahal, durante siglos han logrado inmortalizar este monumento como el símbolo del amor eterno para todas las parejas de enamorados.
http://es.wikipedia.org/wiki/Taj_Mahal